lunes, 26 de diciembre de 2011

EL BOTIJO DE GALLO




Rafael Del Río Gamero, octogenario alfarero, inquieto y emprendedor, lúcida memoria del siglo XX.


  Rafael Del Río luce ligera la sonrisa, el pelo blanco. La mirada pronta en el detalle. Su palabra liga la ironía dulce y el verbo sonoro. Casi toda una vida en la rueda. A veces trabajando a destajo para pagar la casa. Días hubo en que su mujer, Luisa, le arrimaba a la boca el almuerzo, mientras Rafael daba patadas y patadas al antiguo torno de rueda maciza. 
 Ahora lo sé, este motor, apenas caballo y medio, de rueda de alfarero, que hace girar la rueda, el torno y la pella de barro. Este motor descansó las piernas y alivió las caderas, aumentando la producción. Relativamente reciente en la Rambla, innovación técnica en las numerosas alfareras y cantareras. Apareció aquí por iniciativa del emprendedor alfarero, vivaz e inquieto, Rafael Del Río Gamero, (al que los compañeros de oficio apodan cariñosamente Mogambo). Lo encargó a la importante industria rambleña, hoy lamentablemente perdida., Alfonso García Ruíz (Agruiz), mediados los años sesenta. 
 Sentado al torno de Wallada, cuando nos visitó para esta entrevista en el ecuador de Junio, Rafael habla mientras las manos alzan y bajan el barro con asombrosa facilidad. Son 79 años agradecidos.


Nosotros éramos seis varones (de 11 hermanos) y tós pegaos al barro…, 6 hermanos, uno empilaba, otro en el torno…, Hoy cada uno tiene su negocio. Yo ya estoy jubilao, ahora trabaja mi hijo en la fábrica que puse cuando me casé, en el año 55. Antes trabajé con mi padre en la calle Aguilar 28. De allí me establecí en Las Cruces, 26.
Nací el año 19, hijo y nieto de alfareros. Miguel del Río, alfarero de la C/ Los Prietos y Juan Antonio Gamero, alfarero en C/ Aguilar, 28. Estos eran mis abuelos, los dos. Mi padre, Mateo del Río, trabajaba en la casa de José Gómez (Pepe Upa). Cogió una pulmonía y el médico le dijo que no se mojara las manos. Pepe Upa, que lo estimaba como buen trabajador, le puso un puesto de cacharros en Espejo. Allí nosotros íbamos a verlo y le ayudábamos a vender. Estalló la guerra civil, mi padre se vino.
Tras la guerra, a los 19 años, empecé a aprender el oficio en serio, en una cooperativa, de cuatro socios: Juan Marín, que le llamaban “el Lagarto”, Alfonso Muñoz, Mendizábal Hidalgo y Rafael Urbano. Más tarde entraron nuevos socios, mi padre entre ellos”.
¿Qué alfarerías y cantarerías había al acabar la guerra?
“Ahora mismo, que yo me acuerde. En la C/ Ancha, Pepe Upa. En una callejita, los padres de Eugenio y Pepito. Leonardo Jurado -la viuda de Leonardo Jurado-, su hijo (el abuelo del que esto transcribe), que se vino aquí a esta casa (antiguo molino) de la C/ Carreteros. Antonio Fernández en la C/ Murcia, Juan Rafael Gómez en la C/ Santaella.
Cantarerías, la de Rafael Urbano Gallego, la primera donde hoy se pone el mercaíllo, en La Minilla. Después se pasaron a la C/ Santaella, al nº 17, que hoy es donde viven los hijos de Gabriel Urbano, (a su vez) hijos de Rafael Urbano, que les llaman el Kiki o Carruchano, que proceden de Montilla. Luego había otra cantarería, de Francisco Pedraza, que casó con una de Leonardo Jurado (padre de mi abuelo), y se enseñó a trabajar en casa de Carruchano. De allí se estableció en la C/ Bachiller, que era el padre de Leonardo Pedraza Jurado y de Bartolo (Pedraza Jurado), que hoy tienen sus alfarerías también en la C/ Bachiller. “

 ¿De dónde se traía el barro?
“Hoy es más cómoda la alfarería. Antes no había maquinaria ninguna… Canteras en el Camino de San Sebastián.
Venían los burros cargados con serillas. Se extendían los terrones, se les echaba su agua (en las pilas), su sal. Así como un almud, kilo y medio o dos kilos de sal. Si no la echabas le salían bollos, manchas (al cocer). Si te pasabas, se esastillaban, peían (estallaban) por la mucha sal.
Se sacaba el barro de la pila, se echaba (en) una landa, se entraba la landa cuando estaba en condiciones. Se amontonaba, recocía el baro un poco, después se pisaba. Había un hombre que lo pisaba con los pies, le llamaban pisas. Después se cogían trozos de barro. De ahí al torno… Se pasaba a la losa pa quitarle las chinas con la mano.”

¿Qué piezas trabajaban?
“Se hacían botijas de arriero, juguetes de a veinte, morralla (lo más pequeñillo). Se hacían botijos del nº 1, era como un cuartillo de a ocho, entraban 8 en el cuartillo, de a doce, entraban 12. Los de a cuarta eran más pequeñitos que los de a doce.”
Rafael, una vez hecha la patilla del botijo de gallo, la pone unos minutos al sol para que soporte el peso del cuerpo, rodeándola cada tanto para que seque homogénea. _”El botijo de gallo es un botijo de capricho. Yo aprendí a hacerlo cuando me establecí por mi cuenta metiéndome en la rueda a deshoras. Probé a hacer el botijo de gallo y el botijo de estrella. Cada uno lo hace a su estilo. Unos le dan una planta al barro y otros, otra.”

¿Estaba decorado?
“Decorao estaba con una manguilla de barro, de gacheta del mismo baro. Lo pintaba Rafaela, una hermana de Pepe Upa. Y una viejecita que le decían la de Pechete. Se hacía una manguita y un canutillo de zinc, con la boca finita.”
¿Esa era la más antigua decoración rambleña?
“Hombre, esa decoración yo la he conoció toa mi vida. Se pintaba en los juguetes de a veinte, en los gallos y los porrones de piña. Ni los botijos ni la jarra de 4 picos se pintaban.”

¿Qué otras piezas hacían y dónde las comercializaban?
“El botijo rambleño. Y mayormente la botija de arriero con sus dos asas pa los ganaeros. Se vendía mucho por la parte de Jaén. Se hacían botijas extraordinarias, botijas grandes, del nº 1, del 2, del 3. Y muchos botijos con su rejilla pa que sirviera de colaor. La botella de pera y la de bola se usaban mucho pa los bares, porque como no había agua potable, que la puso D. José Moreno, en el año 29. Ya la botella se iba perdiendo, se vendía el botijo “pa beber a chorro” y la botija. Los caharros entonces se envasaban y se transportaban en angarillas, unas angarillas don dos senos. Y se metían aproximadamente diez o doce docenas. Se la ponía su paja, su pasto. Se le ponía una red. Y se facturaban con unas carrozas en la estación de Montilla. En carrozas que llevaban unos tableros y cogían angarillas. Y las llevaban los de Bartolo Pino, que se dedicaban al transporte de alfarería. Las llevaban a la estación de Montilla. Después salieron los camiones: ¡Cargar camiones!. El botijo se vendía en Sevilla, Huelva… El más comercial fue el nº 2, 3 y el 4 pa Granada. Se llevaban a Granada, a Cádiz, a Jaén, mayormente a la parte de Andalucía. Porque el botijo de verano donde se ha vendío siempre ha sío en Andalucía, por el calor. Por ejemplo, a Madrid llevaban un cacharro, pero decían que se salía, porque como el barro se filtraba, se creían que estaban rotos.
Esa fábrica cerró, D. Jaime se hartó… Primero puso la alfarería en la C/ Barrios y luego se pasó a la cooperativa (en Carrera Baja). Allí hizo unos hornos y empezó él ya a tener más producción. Más tornos… Hacía alfarería, jarras, botijos. Había bastante gente: Frasquito “el rabioso”, José Salas (Salitas), Coscolla… Varios oficiales y de encargao Mendizábal Hidalgo, del que antes hablé. Aquí el primero que empezó a vidriar fue Antonio Del Río, la mujer, Joaquina, la del Lilo. Después D. Jaime también hizo un intento de pintar, con La Pomposa. Tenía también un pintor que venía de Montalbán, ese era mu fino.” (Sabemos que en el año 1950-51, ya se pintaba con óxidos y vidriaban bajo cubierta en esta fábrica de D. Jaime Vals).

¿Cómo fue el paso de la alfarería a la cerámica?
“Primero vidrió Joaquina. Después los hijos de Mateo del Río, mis hermanos, en el año 40. Había dificultades, claro, se esconchaban, daba problemas, el barro tenía sal. Aquí los primeros vedríos (preparados comerciales) que entraron fueron los de “Hijos de Martín Donderiz”, en los años 55. Vedríos que mis hermanos pidieron. Y eran el E-1 y el G, que era opaco. Los traían en camiones desde Manises. Las pinturas, el verde cobre, azul cobalto a Donderiz. Después vinieron los de Manises y empezaron a hacer muflas. (Ramón Melero, padre e hijo). Después los hornos eléctricos. Se pintaban botijos con esponja encima de cubierta, se bañaba con transparente, E-1, y se le echaba un poco de minio al E-1. El minio fundía, mezclándose los colores, el azul cobalto con el verde cobre, el marrón y el rosa (carmín). Lo que pasa que el minio chorrea y se le pegaba en las placas. Y luego empezaron los de Manises a meter sus costumbres. La primera mufla que se puso en La Rambla, la puso Antonio Urbano, con Ramón (hornero, constructor de las primeras muflas en nuestro pueblo. Ramón Melero, el padre de Ramón Melero Alcacer, que mucha importancia tuvieron, los dos, para el despegue de la cerámica en La Rambla. Introduciendo el hijo a gran escala los esmaltes, solucionando los problemas gemerales de su uso, hornos eléctricos, bombas de colage. Y casi todos los materiales necesarios para que una población alfarera tradicional adelantara el decisivo paso a la fabricación artesanal e industrial de cerámica). Este hombre, (Melero, el padre) también enseñó a “Los Cholis” a hacer moldes (mayólica a colage en moldes de escayola). Y estos alfareros los vendían (piezas de molde vidriadas y pintadas) en Barcelona. Vendieron mucho. Luego ya empezó (Ramón) a hacerles muflas a mis hermanos y a tó el mundo. Ahora que el primer horno de gas que entró a La Rambla, no a La Rambla, en Andalucía, fue el mío, Rafael Del Río, en el año 1977. Siete mil kilos y pico, que le caben 16000 litros de gas. Hacíamos botijos y floreros decorados con esponja, luego empezamos ya a pintar a brocha, y ya a hacer lo que está haciendo mi hijo, granadino. Marral, que quiere decir Mateo Del Río Almagro. Antes se pintaban cenefas, rosas, (en) marrón, amarillo, azul cobalto. Ese estilo lo sacaban las pintoras de su cabeza o de un libro lo sacaban.”

¿Cómo ve el futuro de la alfarería rambleña?
“Hombre, esto no debería perderse. Mis compañeros de oficio que todavía trabajan el barro de La Rambla, me cuentan los problemas que tienen con las canteras de aquí. Lo mucho que tienen que pagar por usar el barro de nuestro pueblo.”

A partir de aquí Rafael que está acabando de dar los últimos toques al gallo de barro. Ponerle el pico y recortarle la cresta con una navaja, esponjarlo. Aligera la conversación, hablándonos (alfarero emprendedor), de las innovaciones que él ha realizado en su fábrica y que otros también las adaptaron más tarde a sus negocios.
“El primer torno eléctrico que entró en La Rambla, y luego se ha ido refinando. Y la primera máquina de hacer macetas aquí también, de Talleres Comtes (Barcelona). La primera máquina, me costó once mil duros, 55000 pesetas. Antes del horno de gas.
Si había 8 fábricas (en los años treinta), los hijos de los maestros se establecieron y fueron 12 fábricas (en los años cuarenta y cinco o cincuenta), y más producción. Los hornos morunos los alimentábamos con paja. Y a últimas horas ya se puso más tirante, porque fuera más peligrosa o por lo que fuera. Ya empezamos con el orujillo y ya vinieron los hornos; que el primero fue el mío, (4 metros…); que entonces los alfareros decían que eso era mu chico y hoy con ese horno se ponen las manos en la cabeza.”

¿Qué recuerdos tiene de la exposición de alfarería?
“La primera exposición yo la conocí donde está el Mataero(1) , allí ponían los cacharros como en una tómbola, un trapo negro para que resaltara el botijo blanco: Botijo, botija, jarro de mesa. Luego se puso también donde está el Juzgao. Y frente a la Plaza de Abastos, por encima del bar de Gabriel Campos, y frente de la Iglesia donde está la casa de Luis Cisneros.
Yo he participao poco en la exposición. La verdad, a mi no me gustaba desaprovechar una sola tarde. Mis hermanos hacían cien botijos pa la exposición y los vendían, pero yo en ese tiempo hacía 120 y los vendía en casa.”


Sabedor de que a su edad pocas cosas le importunan, Rafael hace gala de sinceridad y franqueza. Los ojos vivarachos y oscuros resaltan bajo las espesas cejas blancas como el paño negro iluminaba los botijos rambleños en los albores del siglo XX. Tiene nobleza y porte de cónsul romano, Rafael, a sus casi ochenta años. 
 Le vivaquea la sonrisa duende, cómplice la mirada, cuando Rafael Del Río Gamero coge la palabra. La envuelve con anécdotas y sabios decires de una memoria lúcida, detallista, atemporal, que al tiempo apunta la chispa de humor. Ojalá nosotros pudiéramos envejecer de esta manera. A propósito, nos confía Rafael que todas las mañanas se bebe un vasito de aceite puro de oliva. Y después se toma una uva en aguardiente, “pa quitarse el gusto”. Ese es el secreto, la fuente de la eterna juventud. 
El viejo alfarero se lava las manos y los brazos con parsimonia, es el rito cumplido miles de veces, despojándose de la materia consustancial. Dejando en el agua la arcilla vencida con destreza y en las tablas un hermoso gallo (en barro), plasmación lorquiana del cante jondo. Este blanco botijo de gallo que generosamente nos regala Rafael, sudará de perfil en mi ventana, bajo el oxidado estaño de la luna, al relente de las estrellas. Por sus poros abiertos de sal y oficio quedará fresca, sabrosa y cristalina el agua, limpia de cal e impurezas. Abrirá en luz su plumaje al cantar el alba.


Nota: Al igual que en la entrevista a Luis Candil, “el último hornero de La Rambla”, trascribo casi literalmente las palabras de Rafael, esa manera característica de hablar cuasi música que sabiamente usan los mayores de nuestro pueblo.

(1) Edificio derruido, hoy Plaza del Museo de Cerámica

jueves, 22 de diciembre de 2011

Tiempos difíciles



Vendrán tiempos difíciles, aires tan secos.
Anilina precipitada en los sueños,
Galgos angrelados bajo la luna.
Truecan ideales por sofismas
Allá donde hiere el cascabel de la duda,
Bajo luminosos pupitres de fiebre.
Hierba seca en las manos,
Ambarinas miradas.
Tiempos difíciles ya son.
Muelen la harina de las palabras
Y respiran, insomnes.
Caballos en la seda del río
Tatuados.
Languidece la albahaca,
Ya no sueña la alondra.
Ternura a plazos, acaso felicidad.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Carta de Manuel Bocanegra

"Extensa clepsidra me parece un depurado canto que busca en el alma de la tierra, los sedimentos del alma propia. La metáfora no persigue la imagen en sí, sino que cae, oro candente y se baña en un tiempo personal y prístino a la vez, que aquilata la profundidad del verso en la densidad calculada del poeta, (tú) que hace uso de los recursos para destilar o licuar su propia alma

densidad lentísima
que por sus pupilas
manchadas licúa.

Hay en Extensa clepsidra bellísimos poemas que recrean la Campiña con el poder evocador del preciso lenguaje que te caracteriza, más desnudo, ( ...) pero con la misma brillantez, exigencia y riqueza, contenida ya en tus poemarios anteriores.
Me quedo con el poema MIRAD, NAVES, MIRAD por el poder evocador de su voz profunda y por el prodigioso recurso que consigue conjugar en uno tiempos pasados y tiempo presente.
Pero lo que más me gusta de Extensa clepsidra, es el rastro de cenizas que el poeta (tal vez, esta vez, no tú mismo) va dejando a lo largo del poemario. Todo poeta que se precie quema vida en sus versos, ese rastro candente, esos restos de un horno todavía encendido, prenden la emoción en el lenguaje y, entonces sí, el reloj de la lluvia cae sobre la tierra y desvela la voz, el sentimiento, el alma de un ser más antiguo y más grande que el territorio finito que limitan los horizontes: el ser suficiente, el ser anhelante que ya no desea más viaje que sus propios deseos."
Manuel Bocanegra

lunes, 5 de diciembre de 2011

Mi hijo trae jazmines azules en la boca





(Alejandro Sawa y la ley de la gravedad)

Madrid, años 20

Por calles de alabastro liba la luz esquerzos de lluvia.
Crucificado en párpados bajo una gran ceja,
tú, mi hijo calizo, bordabas auroras,
pusiste cántaros o violetas en mis versos.
Bajo el jazmín sembré entre amapolas una rosa oscura,
y la luna en mi mano pusiste entre algodones.
Ahora busco el almendro en latas de membrillo rosadas,
tu risa en la caja del piano,
mi sangre en la bodega otoñal de tus párpados.
Los gatos arañan la nube, del revés, pálidos gatos
azules de la tarde arañan la gardenia blanca de los cazadores.
Una uña en el corazón llevo de talismán o marcapasos,
pero los trenes no desembocan en este patio de luz ceñida.
En los labios de oscuridad rueda la canción del vencejo.
Mi alma de arenisca, lotófaga en playas cremadas. .



* Éste poema sensible y maravillosamente tierno, obra del poeta vanguardista Miguel Ceres, (1900-1979), traspasó las vanguardias. Max Estrella, amigo de letras y de juergas varias, cuentan que le sostuvo por la espalda cuando llegado su turno, comenzó a orinar azafranes y absenta sobre los pulcros muros de la academia en el bohemio y castizo Madrid de entre guerras.

Inspirada en "Luces de Bohemia" del divino Valle Inclán, quien a su vez se inspiró en la vida del poeta Max Estrella para construir esta obrita legendaria.