lunes, 28 de diciembre de 2009

El mito y la arcilla





       
   
 Limosa, cruce de caminos. Equidistancia al Sur. Parada y fonda donde solazaron, apacentaron sombra cabe dulzor de alcarraza, peregrinos y viandantes. A fuer de torre y despensa para reyes y soldados, mercaderes y labriegos, hidalgos o villanos.
Del alba de los tiempos, promontorio serenado al estilo de los cerros-testigo habitados tempranamente.
El fruto asilvestrado y la carne amiga. Doméstica amistad contractual entre el hombre y el caballo, el arado y el buey, el perro y la conciencia. Una simple historia de amor y amistad bajo el vendaval de pájaros como nubes, como heridas, como estaño.
La arcilla fue el odre de arena, ese duro vientre a los labios, la nutriente cocción de la espiga, el hueco de dormir, material de sustento, la mano de soñar y el lujo de vivir.
Cerámica era huella en barro de una idea, la expresión al fuego de un sentimiento ancestral. Buhoneros de rubias trenzas, pálidos alquimistas, tañedores de cobre, enterraban vasos votivos, las ofrendas, junto a la placa de arquero (olvido de los héroes), el brazalete áureo, la lanceta y el puñal.
Asentado el territorio, al par que la estirpe, germinan como frutos los oficios y los dioses. El granero y las semillas. En espiral de espigas, la era y la parva avanzan, a modo de calvas solares, nutricias, defensibles contra la mesnada y la plaga.
Hollaron los cauces secos de arroyos, segaron laderas, colinas desmenuzadas en pos de la buena greda, muy maleable y porosa con la que habitar plásticamente los usos, las formas y avanzar técnica y culturalmente en el tiempo.

Del libro "Campiña de Luz"


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