jueves, 21 de agosto de 2014

Paisaje y ensoñacion de un estio


Pájaro en la copa de pino. Foto JLP

Luz esencial de Campiña

 (Paisaje y ensoñación de un estío)


La luz gradúa las emociones. La pupila intensamente bañada en el azul, desvanece el horizonte. Es un enmohecido damero, donde verdes cromos y frágiles amarillos platean a ritmo equinoccial con interlunio de agaves.

Así como una saturación luminosa es niebla que anquilosa el sentir. Un aire o vaho de tragedia griega sobrevuela el fragor metálico de las chicharras, legionarias en el silencio cenital de los pájaros.

La luz es como agua, no produce cristal en la altura. Y si de frío, todo el horizonte esclarece. Desaparece la perspectiva, engullida por la luz geodal de una tarde cualquiera.

En las terrazas del alba palpitan desmayos grises, rescoldos de umbría. Enaguas de plata jalean los troncos retorcidos, minoicos matorrales de espuma. Egregios olivos, de bronce y plata las copas. Empequeñecen el tardo horizonte, enrarecen de verde el aire, apresan luz. Su tacto áspero de rugosa esencia derramada al vuelo, semillas abandona de grávido transir la nada.

La campiña en Limosa es extensa y suave. Sobre este mar interior un hálito de pinos crepusculares sobrevive cercado por el pasto rubio amasable.

Indefinibles amarillos produce la alzada constelación de girasoles, realce de tristes colinas sin árboles. Todo es sol, ninguna sombra. Apenas un reducto arbóreo cobija el blanco caserío. Junto al pozo encalado la palmera, verde y queda, paloma extasiada con plumones enraizados de yerbabuena. 

El tejado semeja un mar inmóvil de curvas y geometría detenida. Pardas tejas, ondulantes, derramadas bajo la venerable elegancia de la encina. Ultimo reducto del espeso bosque que cubría estas dunas, hoy devastadas por el agua libre de lluvia. 

La miel de los campos es el agua. Los pájaros, almas de otros pájaros, sobrevuelan el tallado cristal de la cebada en el arcén.

Las heridas azules de las nubes arrastran sombras que viajan estremeciendo a su paso la templada quietud del sueño. Y por los espejos de agua oculta, tristeza de altos álamos, emergen eucaliptos voraces. Cipreses de agua tinta, pinos al desmayo bajo enrarecida sombra. 

Insinuaciones de óleo, los naranjos abastecen las albercas de luz cenital, fosfórica y redonda. 

Recortada soledad del huerto, limoneros de bruñida espesura, rayos dormidos penetran las hojas. 

Irisan las abubillas argentinos abanicos de pedrería. Una perdiz alumbra grises terrones de la tarde. Ese canto tatuado en sangre es collar o leyenda, leyenda de alas en libertad. 

Resueltos, menudos gorriones picotean en las moradas coronas de los cardos la umbría de ayer. 

El amarillo duro bajo agua verde o cristalina descubre béticas estelas de las lindes. Tatuajes de mar sembrada a mano. 
La noche se desvela, jazmín abierto de la Campiña. Cuarzo enseñorea. La luna derramó mariposas de transparencia, plegadas o redondas, tintas en arrebol de su vientre. 
Los pliegues cerrados de esta túnica florecen y mueren bajo extensas oleadas. Élitros de ritmos jaquelados devorarán la luna, insomnes de engalba. Helada luz acibarada sobre la piel del tiempo.



 "Luz esencial de Campiña". Del libro "Campiña de Luz"


lunes, 4 de agosto de 2014

Mano 1,2,3





Mano ante el lienzo.

La mano es medida de lo eterno, de lo impreciso

y de lo efímero, de los gestos

donde volcamos los afectos, los pronombres

y los sueños con guantes de gigante

y pasos de ardilla.