domingo, 2 de enero de 2011

Ava Gardner o La belleza en dispersión




 


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El Cuello roto del Cisne

Sintonía: Marylin Monroe

Programa dedicado a Ava Gardner o "La belleza en dispersión"

(Emitido el 31- I- 90)
M: Leonard Cohen. "Juana de Arco"

Hay algo de tarde triste, de languidecer sublime en la belleza, que la desliza ineludiblemente al fatalismo.
Hay retazos de locura en lo bello intenso. Una fuerza del destino que aboca al fracaso, arropada en dulces lamentos impregnados de olvido.
En lo concreto, una belleza animal (animal mitológico de la cultura visual que nos domina) como fue la de Ava Gardner, " en tales circunstancias, el ensueño americano podía expandirse a la deriva".
Tras una vida azarosa, ya juguete roto de Hollywood, en busca de su propia libertad personal y sentimental, reinaba en la España franquista de papel couché. Llegó a ser temida en los hoteles que habitaba, se olvidaba entre sábanas de los rostros que iba conociendo.
Ava Lavinia era una chica granjera norteamericana, muy bella, con los ojos de almizcle y la melena azabache. Una Biblia envuelta en hojas de tabaco fuese el único libro dimensionado de su casa. Un día alguien vio una foto suya y la realidad se fragmentó en topacios que el lujo y desenfreno destellaban como regalo de la dulce California.
En Madrid, la espontaneidad y formas de entender la vida española, se apoderaron de esta mujer de cristal prefabricada por los estudios de Hollywood. España veía difuminada por el NODO la fuerza sensual de una diosa, "pecadora muestra de la degeneración moderna". La España del Cipote de Archidona frente a la caña de pescar del generalísimo, de Fraga como hito de la modernidad y de los preciosos teleclubs.
Ava junto a Hemingway en el tendido cero de Las Ventas sufriendo las cornadas de sangre que el destino burlaba con capotes amarillos. Ese animal totémico de carnes blancas y rizadas que medio mundo deseaba poseer. Y que a menudo, en mangas de camisa, cualquier torero agraciado, o afortunado botones del turno de noche, conocían de repente, agitando la penumbra con celofán de una habitación con vistas a la Gran Vía.
Ava era una diosa con lágrimas de gasa, que se bañaba en la Cibeles, rodeada de paparazzis, como una Anita Ekberg castiza y con montera.
Ava Gadner, nuestra estrella con mantilla y gafas oscuras, en una España de cines imperiales y gabardinas a lo Roberto Alkázar, de fiambreras con tortilla en la Casa de Campo, vigilados por guardias con gorra y mostacho.
Unos matrimonios de desecho y un olvidar el tiempo a manos llenas, la plegaria irresistible de la siesta, la taberna, el café y el flamenco acompasado por las orlas oscuras del brandy.
Ese dulce dejarse llevar por lo imprevisto, tierna manera y caprichosa de languidecer en los brazos del fauno.


(Sobre la insoportabilidad del mito apreciamos a la mujer que lo encarnaba)

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