jueves, 7 de abril de 2011

Las sempiternas golondrinas





Ya están aquí, ellas, las africanas mensajeras del calor. Y chulean a los tímidos gorriones del patio. El cable de la luz es suyo, negro sobre negro.


Pero estas golondrinas no son las mismas de la infancia. Y sin embargo aún hacen los nidos de barro en el ancestral oficio de los abuelos.


Las recuerdo planear la calle de Fernán Gómez, poco después de que los astronautas invadieran la luna a saltitos. Parecían patrullas de boomerangs lanzados por una mano invisible.


Yo era un niño en tránsito por ese puente imaginario que llevaba de los abuelos a la casa paterna, de la niñez a la edad adulta sin etapas intermedias.


Ellas, las ciegas golondrinas, picotean la luna corroída de los amaneceres tardíos. Esquivan los altos remates de barro. Planean un cielo de azoteas erigidas con blancos ajuares de novia. O pintan de oscuro las sábanas del recién aclamado fervor.


Las beatíficas golondrinas saetean los claveles y gitanillas de Limosa que han brotado a la par.


Para las golondrinas no hay controlador en huelga, ni azafatas de lencería sugerida, ellas solas con sus alas ponen bigotes a las ventanas y rubrican con sombras chinescas los veladores de los últimos bares.


Ellas, las golondrinas, asaltan la fingida placidez, esa taimada quietud de los gatos, con sus peculiares chirridos.

2 comentarios:

Talbanés dijo...

Hola José Luis, maravillosa entrada dedicada a las golondrinas, así las recuerdo yo en mi niñez también, volando muy bajito y a velocidad vertiginosa la calle Ancha de Montalbán abajo. Enhorabuena. Un saludo.

José Luis Parra Jurado dijo...

Gracias Talbanés.
Saludos.