jueves, 30 de noviembre de 2017

La Córdoba moderna del siglo XX, el dilema entre el tiralíneas y la alpargata



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 Asistimos al dilema entre modernidad y tradición. La Córdoba que pudo y dejó de ser, la que tenemos. Aspiró a dejar atrás la ruralidad, fruto de la tecnocracia desarrollista del franquismo sosegado con Perlan. Asomándose al futuro a través de una vanguardia artística de las que siempre hemos cultivado, en pequeño formato, los cordobeses (senequistas y osados, cosmopolitas desde la humildad).
La Córdoba de amplias avenidas azules que rompieron las murallas antiguas, se dirime entre las vanguardias artísticas y los irisados ocres de la campiña. Verde enriscada del carbón y la mina, al Norte.

Las estrategias comerciales centralistas: Simago, Galerías Preciados (elevada junto a la antigua plaza de toros en Los Tejares). Eran reflejos de Madrid, la capital en miniatura. Aún resisten los cines de pipas, jazmines  y tortilla, abiertos a las  estrellas con Pepsi. Los más elegantes: Isabel, la Católica, el céntrico Teatro-Cine Góngora. La Cámara de Comercio, atrevimiento de Rafael De la Hoz. Los ostentosos chalets del Brillante. Una Córdoba con aires de modernidad en la que ya se intuía la Libertad que derribó fronteras a la muerte del dictador Franco. 
Córdoba, a lo largo de los siglos oscila entre el modernismo y el tipismo rural de postal. El turismo asoma colorista (recibidos con el tableteo dulce del organillo y su organillero, que bien merecen algún tipo de homenaje), en los aledaños de la Mezquita. Turismo estético patrimonial impulsado por el alcalde Antonio Cruz Conde. Pero qué más colorista y típico, que un turista en los últimos años 60, primeros 70, donde la Córdoba enjuta, anticuaria remozada de arabescos, elevaba hoteles con glamour a la categoría de los sofisticados americanos que llegaban desde el lujo marbellí, rebosantes de dólares. 



                                   

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