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Ribat de Sousse. Del cuaderno de Túnez
Foto JLP |
IMPRESIONES,
REMEMBRANZAS, ANECDOTARIO DE UN VIAJE A TÚNEZ
“Les fleurs de douceur de Tunisie
Sur la nuit, dans la lit, sans motif.”
J.L.Parra
Dicen que un viaje no se completó del todo, si luego no se ha contado.
Puedes
no contarlo, o contarlo a medias. Tal vez emocionalmente, volver cambiado. Pero si se embalan
los prejuicios, una aerolínea les distraerá el destino.
En
el viaje a Túnez, la piel será lienzo. La mirada, espejo de la memoria. Gusto,
olfato y oído, los invitados en una cata exótica y ancestral (et douce comme le sucre brun…)1. Como el té con yerbabuena,
dulzón, pajarera y chicha en el viejo café de la medina en Nabeul.
Túnez,
puerta del cielo, una puerta azul sedante como las de la vieja alfarería donde
creciste a los recuerdos. El Mediterráneo ofrece ese color intenso, cálido y sutileza.
A
lo largo de la costa, como cálidos souvenirs, diminutas azoteas de cúpulas
blancas.
En
Sidi Bousaid, los jazmines enramillados se venden como helados de cuajo
estelar, como pétalos de luna. Los venden hombres barbados, sin pudor.
Sidi Bousaid, pasean acuarelistas de azules
dedos estampas como postales.
Sidi
Bousaid , el turrón de avellanas, blando como chicle y regado con agua de
azahar.
Si, al desandar las espinadas callejuelas de esta reliquia andalusí, extasiado
tropiezas; el mar te acunará sereno y ronroneante.
El
azul del mar penetra tanto que se diría un Mediterráneo encalado y añil por los
vanos del aire, por las puertas de Sidi Bousaid. Por
los ojos glaucos de Elisa asomando las ruinas de Cartago.
Desde
las vitrinas del museo de Nabeul, las esfinges de Tanit, terracotas exhumadas
en Neápolis, calaban hondo sus ojos de barro de natural tamaño. Parecían
descifrarnos, altivas, desde sus casi tres mil años de existencia ritual. El
ojo pintado en la boca, con pico vertedor, de una vasija púnica, nos remite al
ave fénix, que los jarros en verde manganeso califal repetían desde Al- Ándalus.
Mediterráneo abruma de olas, cálidos perfiles intactos, diseños son éstos
milenarios, recurrentes mensajes de ida y vuelta.
En
un adarve del Ribat de Sousse, recorriéndolo de común distraído, he
sorprendido un instante a los amantes tunecinos, encaramados al amor, indolentes
bajo alta y suave brisa de clandestina intimidad.
Modelaban
sin saberlo la escultura viva del abrazo, besos y ternura, en almenado recodo
del cenobio defensivo. Tierna escena en las almenas del restaurado fortín
militar, hoy espacio neutral de los turistas.
La
canción de Teresa era un traje rojo en el escenario del último café abierto del
hotel Keops. Casablanca no es Nabeul, salvo por el lumpen que bebe, canta y
baila a medianoche, cuando a Tito le gusta escuchar en directo el flamenco
arábigo del país. Juan Tito, nuestro patriarca en Túnez, sabio y derviche de
alba melena, enumeraba los chalecos adquiridos a lo largo de la medina. Paqui,
su esposa, lo cuidaba a los postres con retranca, paciencia y esmero.
Ramón
pidió al joven intérprete (practicante de día, músico y cantor de noche) algún
tema de OUM KALSOM, como aquel no se enteraba al pronunciarlo, llegué a
escribírselo medianamente. Y el organista se
iluminó con prestancia. Todo el café-bar se apagó extasiado con los
primeros cantos, los tunecinos elevaron sonrisas como pétalos. Los españoles,
emocionados por el cantar meloso, no
sabíamos mirarnos. La Callas de Oriente nos dolía un segundo, para acariciarnos
después y atarnos al corazón un pañuelo carmesí. Los gintonic, semiclandestinos
sobre el mantel verdoso, serían confidentes del dolce arrebato. Una
canción árabe en diez minutos puede resumir toda una vida de sensaciones y
pensamientos.
Josela,
capitana del grupo, nos defendía, traducía y jaleaba, toda espontaneidad (su agudeza
verbal es exquisita), bonhomía y corazón.
Bernardo,
puro estoicismo y serenidad, nos adentraba diplomático en las costumbres y
prácticas del país. Antonio, el más alegre y popular del grupo, era requerido
diariamente, al llegar la noche del hotel, para cantar canciones españolas.
Lola compraba con tino y elegancia. Hizo acopio de una pequeña colección de
cerámica beréber. Una noche descifraba el eterno misterio egipciaco de las
pirámides. Rafael, al principio distante, pronto se integró al té con piñones y
la chicha. Mª Dolores, acompañó y presidió con talante, talento y cordialidad
este grupo de alfareros y ceramistas en misión comercial a Túnez. Aparte de los
contactos comerciales realizados, y la enorme y desmedida acogida que nos ofrecieron, ya es proverbial el alborozo
con que compraban los alfareros y ceramistas andaluces en el pequeño país de
Cartago. Tito y Paqui se trajeron en una bolsa de plástico, en el avión, un
caballo beréber de barro tierno, modelado por una mujer misteriosa, joven
morena de ojos atizonados y tímida mirada, que dilapidaba, con manos de cristal
y jenna, imaginación y destreza.
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En las ruinas de Cartago. |
1.Hamad Belhadj. Roses et rosages”.
Rev. Con Buenas Manos Nº 2.(2003) FADA (Federación de Artesanos de Andalucía)