Vino primero impura. La mantilla era atavismo, un atavismo bordado con adjetivos que dejaban entrever los pronombres. Turbios adverbios animados del deseo.
Vino primero pura, llegó y rasgó tu piel a besos. Era una pasión aliñada de libertad. Como si dejas caer las cartas sobre la mesa y éstas encienden la memoria de toda una tribu. Las infancias, crueles bajo el pálido encerado que embota los oídos o enciende los labios. Yo era otro en un desierto.
Su cuerpo ilumina tanto como nubla los sentidos. Levita en un lecho gris perla, granate y dorado. Es la alquimia carnal de la poesía. Granate de una rosa abierta en el granate mineral de una herida. De unos versos apenas intuidos. O una firmeza del pintor.
Recoge su tocado cordobés. En el arco de los brazos unos ojos invisibles; en el tacto de sus manos la provocación cincelada y sensual. Las rodillas sostienen el bordado misterio de su desnudez. Eros y Tanatos en la estanza dorada del claroscuro. Varias mujeres en un solo retrato.
Como una diosa levita en el lecho, la ingravidez es su frescura y su inocente desparpajo.
El poeta no existe, existe la poesía.
*Para el rostro de “Venus de la poesía” posó Raquel Meyer. El poeta, de oscuro retratado, su marido.
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