Curó el botijo la pereza
dañada junto a los lienzos. Rodó el clavel de una mirada, la fuente de
vidrio con miel y hojaldres. El alfarero hablaba de aquel hijo contenido y
continente. Ella(1) abrió alas de luciérnaga, amaranto en la voz.
Delgada y transparente
desbordaba ternura. Sobre el alero de chapa discurseaba temprana. Intuyó la
melodía, sonrió junto a la libreta encendida. Afrodita en jarras aguardaba el
destello en las pupilas. Aupó el botijo, besó la húmeda arcilla, paseó la curva
fresca por el torso, el pezón sobre la áspera boca, morada luna inflamada. Los
muslos rozaban el enhiesto sabor del barro. En esto, el hombre delgado,
alzándola en volandas la sentó en la rueda de madera. Tasó sus cabellos, la besó en la nuca y girando
lento con el pie comenzó a tornearla.
Por el dintel, las golondrinas picotearon el cable
de luz con vetusta tela trenzado.Boceto de " El ojo del cíclope"
(1) Nubia.
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