Respiras sentado
hasta acompasar la espalda a una milenaria columna del patio. Acoplado al fuste, eres un adorno pasajero
del entorno. Aquel que mira desde el fondo,
treinta y cinco años después. Soñador a mediados de los años setenta cuando este país comenzaba a latir. La vida en vísperas ya sabía del dolor y la breve inquietud de no saber aún los pasos de tu destino.
treinta y cinco años después. Soñador a mediados de los años setenta cuando este país comenzaba a latir. La vida en vísperas ya sabía del dolor y la breve inquietud de no saber aún los pasos de tu destino.
Vuelves herido
por el tiempo, los ojos romos por la lentitud del aire. Algo menos azules de
pintar oasis, rellenar con ovas los perfiles de extasiados pavones, équidos al trote, liebres con araka, gacelas fecundas y regios leones. Navegar con
esmaltes ríos del paraíso, dinamizando cúpricas letras en cartelas como neones de cerámica,
incesantes. O reverdecer flores de loto con eremíticas, espinosas hojas de acanto.
Estos naranjos
son los mismos con los que embelesaba la mirada de mi juventud, a pesar de los
treinta años congelados en la retina. El agua de las fuentes es la linfa de tu
memoria.
Patio de Los Naranjos, 2013