Tristeza de sangre fílmica, exacerbada crueldad
arguyes bajo la luz espesada.
Vida en atrezzo, despintada estampa de abanicos.
El cristal de las horas se diluye en polvos de piel naranja.
Una radio reitera mensajes publicitarios con música.
El camerino es una celda recubierta de espejos y fotogramas.
De ese admirador anónimo, ya muerto, el barniz de unos labios
pesa como lacre y oro en la memoria.
Desde siempre ocultas un naipe en el sombrero
y una rosa roja bajo la nuca.
Hoy olvidas con facilidad los diálogos,
exageras los gestos y al guiñar los ojos
puede que pierdas las pestañas en el bermellón
perlado de la fila cero.
Aún recuerdas la voz de tu madre entonando habaneras
y el pequeño teatro de cartón que Papá prendió en alcohol.
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(Desde aquí un abrazo, y mi profunda admiración para las gentes del teatro)