(A María P , beldad de sierra)
Cercana, amable ciudad,
Paseable aún, distinta,
Como ese otro que yo era.
Lunas de papel, quimeras.
Aún te reconozco, estás,
Perdura tu querencia
De tarde baja y limpio azul,
Bañada con esencia de azahar.
Lentitud en la mirada, cadenciosos pasos
Te arrastran irremediablemente
A algo ya perdido.
El peso de la belleza lastra las pupilas,
Y la luz como un alegre don esclarece.
Te observas cruzando el Viaducto del Pretorio.
Tocas el arrayán de los primeros chalets,
Altas sombras de nogales y cipreses,
Estancias del sosiego fundadas leves
Con nombres de veleros o estrellas, de mujer
(Stela Maris, Aurora o Carmen, Ángela)
Erigidas en el amor por remansos de sierra.
Los perros te ladran.
La prisa es una enfermedad moderna y suicida
Donde todas las tardes muere un transeúnte.
Ciudad transida de nostalgias,
rehén de un río nemoroso.
Azulina resbala en tul sobre la frente,
Seda que te invita a dormir
Cuando destellos y aullidos de ambulancias
Te despiertan y estremecen.
(Es la ciudad con jóvenes mendigos durmiendo
En los cajeros de vidrio de los Bancos,
Otros abandonados en las aceras,
Ya víctimas de sida o desidia.
Mientras, ajenos al drama, paseamos.
Adolescentes en una plaza besándose
Con la espuma bullente de una litrona a los pies)
Vuelvo a estas calles de Córdoba
Como a los brazos de una amante,
Recorro las cicatrices de la separación
Y el sordo laceramiento de los días.
Todo en el recuerdo es más profundo,
Más verdad.
La belleza, magra y dolida encuentras
A pesar de tanto,
A pesar de ella misma, o de ti.