(Córdoba.
La Rambla, poco antes del primer viaje a la luna)
Aquel niño raro, tímido y nervioso, recorre la C/ Fernán Gómez (de
Carreteros a Empedrada y viceversa) como la diaria travesía que se convertiría
en un puente de la infancia a la juventud y de la juventud a la madurez. La curiosidad latente en la mirada bajo unas
gafas de pasta que ocultaban, cegados por la luz del verano, aquellos ojos azules que acababan de alunizar.
Ojos embelesados, engullidos de diario por el gris emulsionado de la "gloriosa" televisión franquista.
Aquel niño rubio, menudo e hiperactivo ve el mundo desde sus lentes.
Devoto del Capitán Trueno y El
Jabato, poco a poco trasmigrará
su aventura moral al Oeste honesto de Karl May.
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Old Shatterland y Winnetou |
Un niño enclenque con miedo al futuro y autocompasión de superhéroe en
las alcobas modernistas de Empedrada, 18. Explorador intrépido del vasto
territorio solitario de cámaras, oficios,
patios, muladar y hornos “morunos” en la vetusta alfarería del abuelo Leonardo. Las
manos de Leonardo, amarillas por el
sempiterno Ducados. Y las piernas enfundadas en la silla de ruedas que el infante, distraído, empujaba con la recién adquirida importancia de utilidad y servicio.
Tantas tardes solitarias en el salvaje e ignoto país del “patio de la
alfarería”, que cubría dando la vuelta a
tres calles. La luminosa, transitada y popular (de los) Carreteros desde su
número 5. La incipiente Cruz Verde (camino despoblado, de árboles frondosos,
con sus paredones cortados al frente). Donde un enorme huerto era venturoso territorio de
juego y eras. A la derecha una, camino abajo, lucia trillada con su calva amarilla. Desembocaba en La Redonda. Y la invisible Calle (de los) Rabadanes de esquina
en su tramo mordido por la de los antiguos artesanos hacedores de carros y
carretas...